martes, 28 de febrero de 2017

Una Profesional Venezolana

En los inicios de mi vida profesional, tenía la fantasía que en unos diez años comenzaría a trabajar en forma independiente y en diez años más, estaría iniciando mi fase de retiro con ahorros suficientes para poder llevar una vida medianamente cómoda, con viajes eventuales y por lo menos “no pasar trabajo”.
Hace nueve años, ya había logrado crear un negocio propio que siempre había estado entre mis metas profesionales, con una pequeña cartera de clientes y unos cuantos consultores independientes, persiguiendo la misma meta de ganar dinero y manejar el tiempo para hacer otras actividades.
Al principio, la situación del país se vislumbraba algo obscura, había mucha gente “raspando cupos” y otros comenzando a “sacar los papeles” como un plan B por si acaso las cosas en el país no mejoraban y tenían que comenzar de nuevo en otro lado; sin embargo todavía era posible hacer un par de viajecitos al año al interior del país y hasta aspirar a un viaje al exterior con carro alquilado, para pasar un par de semanas anheladas por toda la familia.
Con el transcurrir de los meses y luego de los años, se hizo cada vez más difícil hacer cursos, viajar, luego comprar ropa nueva, luego cambiar los lentes, actualizar cualquier cosa del hogar y poco a poco fueron desapareciendo las idas al teatro y al cine, los almuerzos de Sushi,  las salidas para comer comida rápida, la actualización del carro, del cabello, del vestuario; para estar finalmente buscando ingresos que alcanzaran para al menos pagar la comida y garantizar que los hijos pudieran culminar sus estudios en un colegio privado. Todo esto saltando todo tipo de obstáculos para mantener el carro funcionando, la salud, la disposición, el ánimo y pagándole a bachaqueros para poder tener acceso a productos básicos sin hacer colas.
Hay tantas cosas fuera de control que pareciera que nos hubiéramos mudado de país. Nos sentimos en un sitio inseguro, incompleto, pequeño, luchando porque el peso de una nación que fracasa no nos arrastre, no se pierdan los valores, la fe y la auto confianza. Buscando con ingenio cómo explicar por qué a pesar de tanta corrupción y tantos antivalores, todavía vale la pena luchar por Venezuela.
Estando en una aparente encrucijada y viendo a tanta gente cruzar el puente, intento responderle a la pregunta por qué y cómo hago para seguir en Venezuela:
Lucho por no perder de vista mis sueños, por no sucumbir al dolor que me produce ver lo que le ocurre a mi gente y a mi país. El siguiente escalón que era un lugar más grande para vivir, un mejor carro, vacaciones; ha sido sustituido por una remodelación para aprovechar mejor el espacio, un aromatizante nuevo para el carro y desempolvar la bicicleta. Lucho contra la posibilidad que la respuesta a la incertidumbre sea cruzar las fronteras y dejar lo conocido y amado.
Mis estrategias: Reforzar los roles de cada miembro de la familia, cada uno a “hacer lo que hay que hacer”, concentrarse en el círculo en que el tienes influencia, ser vocero de lo bueno sin llegar a la negación de la realidad, reforzar los valores con el modelaje hacia la gente que te conoce o te ve, ahorrar en lo que se pueda, ayudar al que puedas, cuidar lo que tienes, proteger la salud física y mental propia y de tu familia, ser prudente y estar alerta con todo lo relacionado con la seguridad, anticipar y planear para varios escenarios, ser resiliente, adaptativo, recuperarse ante la adversidad y buscar siempre el lado positivo.
Me quedaré todo lo que pueda, poniendo todos mis recursos y mi corazón a ver si logramos ver la recuperación tan anhelada y ojalá el “Plan B” sea sólo una fantasía, “quien quita”.

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