En los inicios de mi vida
profesional, tenía la fantasía que en unos diez años comenzaría a trabajar en
forma independiente y en diez años más, estaría iniciando mi fase de retiro con
ahorros suficientes para poder llevar una vida medianamente cómoda, con viajes
eventuales y por lo menos “no pasar trabajo”.
Hace nueve años, ya había logrado
crear un negocio propio que siempre había estado entre mis metas profesionales,
con una pequeña cartera de clientes y unos cuantos consultores independientes,
persiguiendo la misma meta de ganar dinero y manejar el tiempo para hacer otras
actividades.
Al principio, la situación del
país se vislumbraba algo obscura, había mucha gente “raspando cupos” y otros
comenzando a “sacar los papeles” como un plan B por si acaso las cosas en el
país no mejoraban y tenían que comenzar de nuevo en otro lado; sin embargo
todavía era posible hacer un par de viajecitos al año al interior del país y
hasta aspirar a un viaje al exterior con carro alquilado, para pasar un par de
semanas anheladas por toda la familia.
Con el transcurrir de los meses y
luego de los años, se hizo cada vez más difícil hacer cursos, viajar, luego
comprar ropa nueva, luego cambiar los lentes, actualizar cualquier cosa del
hogar y poco a poco fueron desapareciendo las idas al teatro y al cine, los
almuerzos de Sushi, las salidas para
comer comida rápida, la actualización del carro, del cabello, del vestuario;
para estar finalmente buscando ingresos que alcanzaran para al menos pagar la
comida y garantizar que los hijos pudieran culminar sus estudios en un colegio
privado. Todo esto saltando todo tipo de obstáculos para mantener el carro
funcionando, la salud, la disposición, el ánimo y pagándole a bachaqueros para
poder tener acceso a productos básicos sin hacer colas.
Hay tantas cosas fuera de control
que pareciera que nos hubiéramos mudado de país. Nos sentimos en un sitio
inseguro, incompleto, pequeño, luchando porque el peso de una nación que
fracasa no nos arrastre, no se pierdan los valores, la fe y la auto confianza.
Buscando con ingenio cómo explicar por qué a pesar de tanta corrupción y tantos
antivalores, todavía vale la pena luchar por Venezuela.
Estando en una aparente
encrucijada y viendo a tanta gente cruzar el puente, intento responderle a la
pregunta por qué y cómo hago para seguir en Venezuela:
Lucho por no perder de vista mis
sueños, por no sucumbir al dolor que me produce ver lo que le ocurre a mi gente
y a mi país. El siguiente escalón que era un lugar más grande para vivir, un mejor
carro, vacaciones; ha sido sustituido por una remodelación para aprovechar mejor
el espacio, un aromatizante nuevo para el carro y desempolvar la bicicleta. Lucho
contra la posibilidad que la respuesta a la incertidumbre sea cruzar las
fronteras y dejar lo conocido y amado.
Mis estrategias: Reforzar los
roles de cada miembro de la familia, cada uno a “hacer lo que hay que hacer”, concentrarse
en el círculo en que el tienes influencia, ser vocero de lo bueno sin llegar a
la negación de la realidad, reforzar los valores con el modelaje hacia la gente
que te conoce o te ve, ahorrar en lo que se pueda, ayudar al que puedas, cuidar
lo que tienes, proteger la salud física y mental propia y de tu familia, ser prudente
y estar alerta con todo lo relacionado con la seguridad, anticipar y planear
para varios escenarios, ser resiliente, adaptativo, recuperarse ante la
adversidad y buscar siempre el lado positivo.
Me quedaré todo lo que pueda, poniendo todos mis
recursos y mi corazón a ver si logramos ver la recuperación tan anhelada y
ojalá el “Plan B” sea sólo una fantasía, “quien quita”.